por Germán González
Publicado en El Mundo
La novelista estadounidense ha fallecido a los 80 años a consecuencia de un derrame cerebral. Renovó el género de terror dotándolo de un aire gótico, melancólico y existencial.
No tenían miedo a las estacas, ni a los crucifijos, ni a los ajos. Tan sólo el fuego o la luz del sol podía dañarlos y no siempre, todo dependía de su poder. «Para mí, los vampiros eran personas elegantes, trágicas y sensibles», dijo Anne Rice en una entrevista The Daily Beast y se notaba que los consideraba como parte de su familia, como su marido, el poeta Stan Rice con el que convivió más de 40 años o su hijo, también escritor, Christopher, quien comunicó hace unas horas que su madre había fallecido con 80 años.
Pero Anne Rice es de aquellas escritoras capaces de hacerse amiga de la muerte y aprovechar su buena relación con ella para seguir produciendo obras en las que recuerda el lado oscuro de la bondad y el lado bueno de la maldad. En las que es capaz de revisar, actualizar y dotar de una trascendencia casi existencial sus narraciones sobre cualquier personaje clásico de la literatura de terror, desde las momias hasta los licántropos pasando por las brujas. Más allá de historias de miedo son tratados sobre emociones, relaciones perturbadoras y espejos cuando te adentras en el pozo del alma humana.
Y es que su muerte no sólo ha dejado huérfanos literarios a vampiros, a los que fue capaz de humanizar de tal modo que con su Entrevista con el vampiro (1976), el primer libro de Crónicas Vampíricas, generó una legión de seguidores por todo el mundo fascinados por las aventuras de Lestat, Louis, Magnus o Akasha, entre muchos otros. Cierto es que la película de Neil Jordan de 1994, con un Tom Cruise haciendo una caricatura de Lestat, un Brad Pitt hierático y un Antonio Banderas que aún no sabe si es un actor o un vampiro que juega a serlo, ayudó a dar a conocer sus libros más allá de Estados Unidos.
Sin embargo se consolidó y generó fueles con la fuerza de sus personajes, la melancolía y el sobrecogedor paisaje de ese Lousiana místico y mágico en el que pasan sus historias, y la capacidad para relatar y desmitificar desde su ateísmo. Es sublime ver cómo nos ofrece la particular visión del demonio, el ángel que más quiso a Dios, de la creación humana y la predicación de Jesucristo en Memnoch el diablo al mismo tiempo que nos muestra la desesperación de un vampiro sediento de sangre ante una mujer con el periodo.
«Si Dios no existe, nosotros somos las criaturas de mayor conciencia del universo. Sólo nosotros comprendemos el paso del tiempo y el valor de cada minuto de vida humana. Y lo que constituye el mal, el verdadero mal, es el asesinato de una sola vida humana», dejó escrito en Entrevista con el vampiro para dejar claro que sus vampiros eran superhéroes con conciencia humana, cargados de maldad y de bondad, como dioses de un nuevo Olimpo, con todos los vicios y virtudes de los hombres pero inmortales.
Anne Rice también fue capaz de encontrar el lado sórdido de personajes en principio inocentes y puros como ángeles y protagonistas de cuentos infantiles; aparcó su ateísmo militante durante pocos años por un cristianismo practicante publicando obras sobre Jesús con la trilogía de El Mesías o dejó obras inquietantes sobre violinistas diabólicos con amores tóxicos desde el más allá como Violín. «Y, cansados por fin de esta complejidad, soñamos con el tiempo lejano en que nos sentábamos en el regazo de nuestra madre y cada beso era la consumación perfecta del deseo», suena en Lestat, el vampiro con esa pasión y complicidad que establecía Anne para todos sus personajes incluso llegando a mezclar series literarias como las de vampiros y brujas.
«El mal siempre es posible. Y la bondad es eternamente difícil». El lado oscuro siempre nos atrae y vamos hacia él con una sonrisa feliz cuando nos llevan de la mano con delicadeza y amor por la senda tenebrosa. Como hizo Anne y como seguirán facilitando sus libros.